El culturismo, una forma de vida

Ya cuando Eugen Sandow organizó sus primeras exhibiciones de su propia musculatura por allá aquellos remotos 1900, el culturismo o fisicoculturismo (“bodybuilding” es el término inglés) se empezó a concebir como una verdarera forma de vivir y de entender tanto el propio cuerpo como nuestra relación con él.

Bien es cierto, que dado el gran aporte de horas de vida que los culturistas dedican al gimnasio y al deporte, esto ya da de por si una forma de vida, ya que el deporte, el orden, el tener que ir cada día a entrenar, crean dinámicas bien definidas en la persona.

Más en concreto, por ejemplo el hecho de tener que ir a entrenar de forma continuada y llevar unas rutinas completamente marcadas y a la postre muy mecanizadas, predispone la mente y el cuerpo a todas aquellas actividades que requieran de esto mismo. De igual forma, el hecho de estar predispuestos a la paciencia y a la tesón de un entrenamiento a largo termino presuponen de igual forma para desenpeñar todo tipo de actividades y proyectos que requieran de esa paciencia.

Bien es cierto, que la obsesión nunca es buena, y que se pueden dar casos relacionados con la vigorexia (también llamada músculodismorfia). Pero como siempre, con unos habitos saludables no tiene porqué llegar la sangre al rio.

Pero quizá uno de los factores que más modifican la vida del culturista es la dieta, esa famosa combinación de carbohidratos, proteínas y grasas. Que si bien se puede llevar con cierta gracia y soltura en la cocina, constituyen todo un reto y una transformación en los hábitos alimenticios de la persona, lo que en muchas ocasiones lleva a querer complementar esos desniveles con añadidos industriales.

Esto y la barbaridad a la que llegan algunas personas por su afán de crecimiento desmesurado fuera de las buenas prácticas que deben reinar cualquier entrenamiento (del tipo que sea), son las que sin duda han dado mala fama al culturismo, que si bien no es un deporte olímpico, goza de muchos seguidoras alrededor del mundo.